sábado, 23 de febrero de 2019

Cristo camino del Calvario Hacia 1661 - Juan de Valdés Leal

La superficie del cuadro aparece ocupada casi en su totalidad por la figura de Cristo, situado en un destacado primer plano con la intención de reforzar el carácter tridimensional de la composición y acentuar la representación del sufrimiento. El Nazareno soporta con gran esfuerzo la Cruz, que apoya pesadamente sobre su espalda. Para no caer al suelo, Cristo debe apoyarse sobre sus piernas, descansando su mano derecha en la rodilla izquierda. Aparece representado con una túnica púrpura, el color de la Pasión, y el pintor ha detallado sobre su superficie varias manchas de sangre, la más evidente sobre su hombro derecho, donde llevó la Cruz, así como en el codo del mismo lado, fruto de las múltiples caídas en el Calvario. Igualmente, unas gotas de sangre caen desde la corona de espinas manchando su rostro.
La expresión de Cristo muestra al mismo tiempo resignación, fatiga y sufrimiento, mientras que en segundo término, la Virgen y otra mujer, posiblemente María Magdalena o la hermana de la Virgen, lloran apesadumbradas, al tiempo que San Juan lleva su mano derecha al pecho y nos señala con la otra el acontecimiento. En el lado derecho de la pintura se abre un paisaje ejecutado con gran libertad, su carácter rocoso e inhóspito proporciona un marco muy adecuado para esta escena de sufrimiento.
Este tipo de composición es característico del siglo XVII en España, cuando los pintores y escultores llevaron a un grado máximo de refinamiento los instrumentos que tenían a su alcance para mostrar al fiel el patetismo y significado religioso de la escena, no como una abstracción, sino tal y como si el espectador fuera testigo directo del acontecimiento mismo, renovándose así con cada visión de la pintura la historia de la Redención. Esta forma de representación está relacionada con la compositio loci, literalmente composición de lugar, en referencia a la práctica de imaginar, el creyente o el pintor, que está realmente presente en el episodio religioso sobre el que está meditando, tal y como recomendaba el jesuita San Ignacio de Loyola para la oración.
En esta obra, Valdés Leal utiliza los matices que le ofrecen el color rojo y el púrpura, llenos de significado en una escena de la Pasión, empleando además la luz y la sombra para dirigir nuestra mirada hacia Jesús, imprimiendo a la obra una gran carga emocional. La creación de esta atmósfera dramática depende, sin embargo, no solo de su utilización del color, sino también del modo en que el pintor aplica la materia pictórica. Los contornos no están claramente definidos y la pintura se extiende a base de grandes superficies de color, con pinceladas rápidas y nerviosas, creando con ello un ambiente de gran tensión, muy acorde con el tema representado (Texto extractado de Portús, J.: Portrait of Spain. Masterpieces from the Prado, Queensland Art Gallery-Art Exhibitions Australia, 2012, p. 128).

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